Después
de permanecer ocultos durante mucho tiempo , el año 2009 se publicaron en Italia parte de los diarios de Claretta Petacci, una de las amantes del dictador
Benito Mussolini, la que murió a su lado en 1945. En estos diarios, titulados Mussolini secreto, Claretta
Petacci transcribe, sobre todo, las conversaciones telefónicas que varias veces
al día mantenía con el dictador. Son conversaciones en las que Mussolini tacha a los
españoles de “árabes” y de “perezosos”, asegura que la guerra en España la
ganan los italianos y afirma que Franco es un “idiota” que lleva la guerra a
paso de burra.
Para un
estudioso del cine, el interés de un documento tan íntimo como éste reside en
que retrata la vida privada del dictador y, más en concreto, su afición al
cine. En 2003 habíamos publicado en Historia
Social del Cine en España un artículo dando cuenta de cómo cuatro
dictadores (Mussolini, Hitler, Stalin y Franco) coincidían en su gran afición
por las películas. Esa afición había significado, entre otras cosas, que tenían
en su “casa” un cine privado, que bajo su mandato ellos habían sido el censor
supremo de todas las películas exhibidas en su país o bien eran el “actor” más
importante y más conocido de la cinematografía de su época por el número de
veces que aparecían en las imágenes de los documentales y noticiarios.
La
lectura de los diarios de Claretta Petacci, publicados en España en 2010, ha ratificado
todo lo expuesto en aquella investigación y ha aportado matices muy
interesantes. En efecto, Mussolini solía ver cine después de cenar en su sala
privada, pero era habitual que aprovechase los descansos entre los noticiarios y
la ficción para, hacia 20-21 horas, hablar con su amante o bien salía unos momentos
de la sala para desearla buenas noches. En estas conversaciones, Petacci y Mussolini
hablan de los temas más variados, como la exitosa estancia de Vittorio Mussolini,
el hijo del dictador, en Hollywood en octubre de 1937 , y también quedan
recogidas las películas que Mussolini y su familia ven. El dictador visiona documentales como Luce dell’Impero y películas históricas
como Escipión el Africano (1937) (“Es
buena, muy buena”, dice) y I
Condottieri (1937). Ve mucho cine norteamericano, como Let’ em Have It (1935), La
gran ciudad (1937), Alí Babá va a la
ciudad (1937), Laurel y Hardy van al oeste
(1937) y Vivir para gozar (1938). Y le gustan los dibujos
animados, aunque no siempre los entiende, como Caperucita roja y Blanca
nieves y los siete enanitos (1938). De Stan y Oliver, Mussolini dice que se
ríe mucho con sus disparates y tonterías. Blancanieves
le parece preciosa y fantástica y Walt Disney un hombre extraordinario. Queda
prendado de la personalidad moderna Katharine Hepburn en Vivir para gozar (1938). Le pide a su amante que vaya a ver Luciano Serra pilota (1938) y le dé su opinión.
Esta es una película importante porque había sido escrita por Roberto Rossellini, contaba con la supervisión
de Vittorio Mussolini y ganará un premio en la Muestra de Venecia. Y en otra de las conversaciones telefónicas
Mussolini le dice a su amante: “Amor, he ido a ver dos películas Luce y un dibujo
animado, el gato y los ratones. Bonito. He visto una parte de otra película,
pero luego he notado que tu corazón hacía tac, tac, y he subido [a llamarte].”
Pero,
sobre todo, los diarios de Petacci muestran a Mussolini como el gran censor del
cine y su gran dirigente. En una de las conversaciones le dice a su amante que
ha tenido que prohibir La condesa
Alejandra (1937) porque considera que los judíos de Hollywood atacan al zar
de Rusia y con ello justifican el bolchevismo. Prohíbe la comedia Tú y yo (1938) porque estima que su mensaje es que los hijos impiden que el matrimonio
tenga intimidad y, en consecuencia, va en contra de la política de natalidad
del fascismo. Llega a tachar al máximo responsable del cine italiano, Dino Alfieri,
de “distraído” (243) o bien, cuando ve películas como Sotto la Croce del Sud (1938), le acusa de que el cine italiano no
funcione. Dice el dictador: “Mañana se lo diré a Alfieri: este cine no
funciona, hay que cambiarlo todo” (418). Es más, Mussolini aprueba
personalmente la política autárquica que en 1938 trata de impedir que salgan millones
de liras del país como consecuencia del gran éxito del cine norteamericano en
Italia, política que provoca un boicot de las compañías de Hollywood. Dice en
una conversación con su amante en noviembre de 1938: “No me importa nada que me
impongan sanciones... Cuando vino Guarneri y me mostró la deuda y los lingotes
que salían a América, di un puñetazo en la mesa y exclamé: “Se acabó esta explotación,
se acabó, ¡Dios!”. A nosotros el oro nos sirve para hacer cañones”” (416-417).