Las cifras del cine español han
sido casi siempre un enigma. Además de la falta de recogida de datos por falta
de medios y del secreto empresarial, en ello ha tenido mucho que ver los presupuestos
hinchados, las recaudaciones
de taquillas recortadas, los sobornos a
funcionarios, la caja B de las empresas y, en fin, cualquier argucia contable
que nos podamos imaginar.
En 1955 Victoriano López García,
Miguel A. Martín y Antonio Cuevas publicaron un libro titulado La industria de producción de películas en
España en el que intentaban averiguar, entre otras cosas, de dónde
procedían los ingresos de una película española. El dato ingresos no se refieren a costes de la
película. Una película, por ejemplo, puede costar 50 y los ingresos pueden ser de 40 (fracaso) o de 100 (éxito). Pues bien, fueron
incapaces de determinar las partidas ingresos.
Únicamente pudieron hablar en el plano teórico, es decir, estimar
que, dado el mercado español, la
taquilla solo podía facilitar el 44,7 de los ingresos. El resto tenía que venir de la subvención del
Estado (38,8%), de la venta al extranjero (15%) y de la bonificación por
divisas conseguida por esa venta al extranjero (1,5%) . Estos datos son los que
figuran en el gráfico que sirve de base para esta entrada del blog.
Pero, entonces, podemos preguntarnos, ¿sin subvención no hubiese
habido en aquel momento cine español? ¿Y cómo es que lo hubo en los años
treinta solo con financiación privada? O mejor aún: ¿Todas las películas que en
aquellos años no se exportaban (que eran muchas), todas las películas que tenía
clasificación de segunda y tercera (que también eran muchas), además de las películas
que fracasaban en taquilla, todas ellas perdían dinero? ¿Cómo había entonces en
España productores si el cine español era un negocio ruinoso?
El alto índice de empresas que solo
ruedan uno o dos títulos y luego desaparecen parece indicar que la producción
de películas en España es, en efecto, una industria de alto riesgo. En aquel momento,
bastaba con que fallasen dos de los tres factores indicados en el gráfico
(taquilla, exportación y subvención) para que el negocio se tambalease seriamente.
Hay que tener en cuenta, además, que,
como la venta de entradas estaba falseada a la baja, el productor podía recibir
del público menos del 45% de los
ingresos. Por eso, a veces, el productor entregaba la película a un distribuidor por una cantidad fija cerrada, lo cual podía ser lamentable si resulta que la película luego era un exito, como les pasó a los productores de El último cuplé. La solución era el control de taquilla, que fue siempre una de las principales
demandas de los productores.
En cualquier caso, también es verdad que había
empresas (Aspa, Suevia o Chapalo) que se mantenían en el tiempo. ¿Cómo lo
conseguían? Pues, al estar hinchados los presupuestos, resulta que la
subvención del Estado proporcionaba el 50% de los ingresos o más y, como estas
empresas tenían buenos canales de distribución, participaban de los beneficios
de falsear la taquilla, de nutrirse de grandes cantidades de dinero negro. No les
hacía falta exportación, pero, si la conseguían, el negocio era redondo.
Aunque para esto se buscó otra solución: las
coproducciones. Que estas sí que eran un misterio, es decir, un verdadero
saqueo de las arcas del Estado ejecutado con la complicidad de sus funcionarios.
Para los casos más sangrantes se acuñó la expresión "falsas coproducciones".
Lo falso, en efecto, es uno de los elementos de lo misterioso.